Todo empezaba a ser extraño a mi imaginación; los estrechos y desgastados escalones de mosaico, iluminados por la luz eléctrica, no tenÃan cabida en mi recuerdo.
El recibidor alumbrado por la única y débil bombilla que quedaba sujeta a uno de los brazos de la lámpara, magnÃfica y sucia de telarañas, que colgaba del techo. Un fondo oscuro de muebles colocados unos sobre otros como en las mudanzas.
habÃa algo angustioso, y en el piso un calor sofocante como si el aire estuviera estancado y podrido.
El hedor que se advertÃa en toda la casa llegó en una ráfaga más fuerte. Era un olor a porquerÃa de gato.
En el manchado espejo del lavabo ---¡qué luces macilentas, verdosas, habÃa en toda la casa!--- se reflejaba el bajo techo cargado de telas de arañas, y mi propio cuerpo entre los hilos brillantes del agua, procurando no tocar aquellas paredes sucias, de puntillas sobre la roñosa bañera de porcelana.
En el centro, como un túmulo funerario rodeado por dolientes seres ---aquella doble fila de sillones destripados---, una cama turca, cubierta por una manta negra, donde yo debÃa dormir.
TenÃa miedo de meterme en aquella cama parecida a un ataúd.
Inmediatamente tuve una percepción nebulosa, vivida y fresca como si me la trajera el olor de una fruta recién cogida, de lo que era Barcelona en mi recuerdo: este ruido de los primeros tranvÃas. [...] la brisa traÃa olor a las ramas de los plátanos, verdes y polvorientos, bajo el balcón abierto. [...] Sin abrir los ojos sentà otra vez una oleada venturosa y cálida. [...] Me parecÃa haber soñado cosas malas, pero ahora descansaba en esta alegrÃa.
Al abrir la puerta de mi cuarto me encontré en el sombrÃo y cargado recibidor [...] Tropecé, en mi camino hacia allÃ, con un hueso, pelado seguramente por el perro.
--Dame un beso, Andrea ---me pedÃa ella en ese momento. Rocé su pelo con mis labios y corrà al comedor antes de que pudiera atraparme y besarme a su vez.
Cuando yo era la única nieta pasé allà las temporadas más excitantes de mi vida infantil. [...] Todos los tÃos me compraban golosinas y me premiaban las picardÃas.
Me complacà en pensar en que los dos estaban muertos hacÃa años. Me complacà en pensar que nada tenÃa que ver la joven del velo de tul con la pequeña momia irreconocible que me habÃa abierto la puerta. La verdad era, sin embargo, que ella vivÃa, aunque fuera lamentable, entre la cargazón de trastos inútiles que con el tiempo se habÃan ido acumulando en su casa.
Tu tÃo Juan se ha casado con una mujer nada conveniente. Una mujer que está estropeando su vida... Andrea; si yo algún dÃa supiera que tú eras amiga de ella, cuenta con que me darÃas un gran disgusto, con que yo me quedarÃa muy apenada...
--Pero ¿has visto qué estúpida esa mujer? ---me dijo casi gritando y sin mirarla a ella para nada---. ¿Has visto cómo me mira ésa? Yo estaba asombrada. Gloria, nerviosa, gritó: --No te miro para nada, chico. [...]
Juan cogió el plato de papilla del pequeño y se lo tiró a la cabeza.
Por lo tanto, quiero decirte que no te dejaré dar un paso sin mi permiso. ¿Entiendes ahora?