La gata Molly, justo antes, habÃa empezado a correr y Sarah salió tras ella. Bartolomé cargó su fusil desempolvado. Un, dos, tres. El canto cesó roto en un aliento contenido. Tan solo el sonido de un viento ladrando y el latido de Martha golpeando inquieto los oÃdos. Pum-pum, pum-pum. El cañón alargado de la Lefaucheux persiguió por un momento al animal; un perro, en la mira, una niña, un perro, todo alternándose en espiral ligera. Un, dos, tres. Pies que se arrastran sobre la tierra. Martha colocó suave su mano sobre el fusil de O’Reilly y empujó despacio hacia abajo.